Por Carmen Andreu Arnalte
Fiscal AP Valencia

 DISPARATES

El poder como ejercicio de responsabilidad supone una fuerte carga, también la posibilidad de equilibrar situaciones, en ocasiones injustas.

Pero no todos lo ejercen de ese modo.

El poder te convierte en poderoso “per se” y algunos creen que no tiene límites, por lo que lo utilizan para todo: desempeñar su trabajo de modo privilegiado, hablar a gritos imponiendo su criterio, humillar y vejar hasta lo indecible a quien  pretende discrepar, faltar al respeto a profesionales de la misma condición y, lo que es más indigno, abusar de quienes de ellos dependen; también ¿por qué no? para darse el placer de ejercerlo de este modo.

Según en qué contexto este abuso  tiene consecuencias distintas. Veamos:

Si hablamos de trabajar de forma privilegiada, por desagradable que resulte, por injusto, se puede combatir, al menos intentarlo, sea cual sea el resultado.

Si hablamos de imposiciones a gritos, también es combatible, te puedes ir, puedes gritar y, finalmente puedes denunciar.
Si se trata de vejaciones, puedes denunciar.

Si ambas partes son profesionales de la misma condición, esta equiparación les hace libres para decidir qué hacer, entre las distintas respuestas posibles

En todos estos casos no hay que olvidar que nos enfrentaremos a un poderoso, que utilizará los mejores medios materiales y humanos para defenderse. La previsible consecuencia será que difícilmente saldremos victoriosos, pero podemos enfrentarnos.
Cuando se abusa de quienes de ellos dependen, la indefensión es absoluta.
Esta situación es altamente preocupante en espacios en los que se decide la vida y libertad de los demás. Suelen ser espacios avalados por ley y, en ocasiones, necesarios. Ello exige, a mi entender, que quien ostenta el poder de decisión alcance la excelencia, no solo la exquisitez, en el respeto a los derechos  de aquellos sobre los que  va a decidir.
Esos derechos reconocidos por ley, se cuestionan en ocasiones, de modo impune, por quienes tienen la responsabilidad de defenderlos, por diversas razones, casi todas evitables:

1. – La presión es tan grande, en muchos casos, que se adoptan mecanismos de defensa, inconscientemente: no es tan importante, parecen querer decirse, por lo tanto podemos desdramatizar y en ese caso, trivializar, pero sólo si yo lo indico y sólo si yo lo permito. Tengo el mando.

2. – La dinámica de toma de decisiones, endurece necesariamente, para lo que se establecen distancias que luego devienen insalvables.

3. – La deshumanización es consecuencia directa del endurecimiento, por lo que no se ve al otro como el igual que es (aunque se ocupen posiciones distintas, quizá solo circunstancialmente).

4. – Como el otro no es igual no merece el mismo respeto, por lo tanto no lo recibe.

5. – Todo este proceso se produce en el marco que favorece al poderoso, luego el otro cada vez se siente más pequeño.

6. – Ese sentimiento se transmite y empieza de nuevo el círculo vicioso y pernicioso.

7. – Durante todo ese tiempo el otro no ha estado solo, han podido ayudarle, defenderle.

8. – Sin embargo, no lo han hecho.

No saben que pueden hacerlo, contagiados también de lo kafkiano de la situación. Se achican creyendo que pueden perjudicarlo aún más.

No es así, sea cual sea la situación en que se encuentre quien va a ser objeto de la decisión de un poderoso, tiene derechos, puede y debe exigir que se le respete y aquellos que están para eso, para defenderlo, con mayor razón.

Sólo  hace falta que alguien conociendo lo que se puede y no consentir, frene en seco al poderoso, con la fuerza de la razón. El que abusa es cobarde por naturaleza, no se volverá a atrever.

Valencia, 22 de abril de 2007