Por Manuel Jesús Dolz Lago
Fiscal del Tribunal Supremo
«Debía mansamente pasar por lo aceptado
por el aro y el cero de todas las costumbres
más no pude, no quise
y aquí estoy, golpeado»
(Gabriel Celaya)
En este caótico mundo donde, al parecer, no existe más lógica que la de la confusión, quizás sea conveniente de vez en cuando hablar claro. Soy desde hace veintisiete años funcionario de la Administración de Justicia. A la vista de lo que está cayendo (casos de trágicos errores judiciales como el de Mari Luz, la terrible secuencia creciente de muertes por violencia de género que evidencian la previsible inoperancia de las leyes penales y del aparato judicial ante ese fenómeno, el asesinato truculento -le cortó la cabeza- de una madre a manos de su hijo enfermo mental que fue denunciado hasta cuatro veces, al que se le puede aplicar el título de aquel libro de Gabriel García Márquez Crónica de una muerte anunciada (1981), el atasco de las ejecutorias?), he pensado si debo ocultar mi condición profesional, dado el profundo desprestigio social de esta administración o, sin embargo, asumir el reto y hablar sinceramente de la justicia entre lo dicho y el entredicho.
Antes aclararé que, según el diccionario de la RAE, la palabra entredicho tiene varias acepciones. La primera es prohibición de hacer o decir algo y la tercera significa duda que pesa sobre el honor, la virtud, calidad, veracidad, etc., de alguien o algo, así como cuando se emplea la frase poner, quedar, estar en entredicho. Pues bien, con el permiso del lector, voy a utilizar esas dos acepciones ya que se pone en entredicho la justicia (se duda) porque ha caído en el entredicho (al parecer, está prohibido hablar seriamente de ella).
La cuestión es que, como se ha destacado por los pedagogos (Larrosa, 2000), a raíz de un comentario al famoso apólogo de Juan Mairena versus Antonio Machado, según el cual «la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Agamenón: conforme. El porquero: no me convence», para combatir la verdad del poder y la realidad del poder hay también que combatir el poder de la verdad y el poder de la realidad. Y es que en la verdad y la realidad de la justicia hay demasiados claroscuros. No sé si esa aspiración romántica que tuvimos en su día los demócratas, tras la finalización de la dictadura, persiguiendo la transparencia en la justicia servirá de algo, pero lo que sí es cierto es que nada puede prosperar desde el oscurantismo. Un esfuerzo mínimo de clarificación se impone. Y, se comparta o no, es necesario destacar que los males de la justicia son los mismos que cualesquiera otros males de muchos instrumentos con los que el Estado intenta valerse para ejercer su poder. Poder dictatorial en otras épocas felizmente pasadas. Poder democrático en el presente.
Esos males responden a una pluralidad de causas o fenómenos, entre las que, salvo error u omisión y sin perjuicio de otras, pueden encontrarse las siguientes: 1) las burocráticas, derivadas de unos aparatos anclados en una decimonónica maquinaria administrativa que no termina de adaptarse a las nuevas tecnologías del siglo XXI, por falta de formación y de medios; 2) las inercias, algunas de ellas nacidas en la improvisación para la solución precipitada de casos pasados, que son un lastre para un estudio serio de los casos presentes; 3) los prejuicios, formados desde la frivolidad, que suponen los análisis carentes del mínimo rigor científico, bajo presiones políticas o sociales, que urgen inaplazablemente a la justicia para la solución de problemas que ella por sí misma no puede resolver; 4) las servidumbres de un funcionariado complejo, integrado desde el último auxiliar al primer magistrado o fiscal, en el que cohabitan en todas las categorías los más con los menos favorecidos; 5) esa, al parecer, inevitable permeabilidad de la justicia a las tensiones políticas y, en definitiva, 6) la pérdida del sentido de la justicia que debe imperar en el servicio público de la justicia, el cual está concebido para la protección de las libertades y derechos de los ciudadanos y no para otra cosa.
Posiblemente no haya soluciones fáciles para lo que, según algunos, es un caos judicial, que personalmente no comparto, aunque comprendo que así se califique desde fuera. Pero lo cierto es que mal servicio ha¬ríamos a la ciudadanía si ocultáramos la otra cara de la justicia, eficiente y eficaz para la solución de los miles de conflictos que, interesada o desinteresadamente, se ponen en sus manos. Esa cara feliz de la que nadie habla y con la que, sin duda, no estarán de acuerdo todos aquellos a los que la justicia desestima sus pretensiones. Es paradigmático decir que si un pleito lo componen dos partes, siempre habrá una de ellas descontenta, aquella a la que no se le ha dado la razón, lo que supone como mínimo un 50% de descontentos entre los usuarios de la justicia.
Es indudable que la situación de la justicia está plagada de pros y contras. Si queremos ser justos, no podemos hablar sólo de los contras. Por eso, cuando sólo se habla de los aspectos negativos, tenemos que preguntarnos a quién beneficia el desprestigio de la justicia y cómo afrontar esta imagen de la justicia en entredicho. A lo primero, diré que sólo beneficia a los déspotas, cualesquiera que éstos sean, por lo que aquellos que luchamos contra la tiranía no deberíamos callarnos y seguir el consejo del gran humanista valenciano Juan Luis Vives (1492-1540), precursor de la asistencia social a los pobres, perseguido injustamente tanto él como su familia por la Inquisición española, cuando decía que «hay tiempos en los que es difícil hablar pero más difícil resulta guardar silencio». A lo segundo, recordaré con nuestro triste y recientemente fallecido poeta Ángel González, cuando en 1980 se refería al uso de la ironía en sus poemas, que carecen de relevancia los entredichos (aquí empleo el término en cuanto duda) si no se olvidan aquellos fines que él perseguía: «Impedir la pretenciosa formulación de las verdades absolutas, introducir en la afirmación el principio de la negación y salvar la necesaria dosis de escepticismo que hace tolerables las inevitables -aunque por mi parte cada vez más débiles- declaraciones de fe».
Mientras tanto, trabajemos seriamente por la justicia, trabajemos por los derechos de nuestros conciudadanos entre lo dicho y el entredicho, como aquel jardinero fiel que diariamente cuida su jardín con la seguridad de que muchas de las semillas darán el fruto apetecido, a pesar de los contratiempos.
Publicado en Levante-EMV.com el 22-06-2008.